Generalmente escucho frases como: “Vos estás loco?”, “¡correr tantos kilómetros!” “ustedes, los corredores, están dementes!”. Y siempre termino con la misma respuesta: “…sí, puede que tengan razón”. No nos basta con identificarnos con el poema “Esos locos que corren” de Marciano Durán, lo sentimos en las miradas de la gente de a pie.
Lo sabemos, la percepción de los otros hacia los corredores es esa, que estamos todos locos. Insisto, posiblemente tengan razón, porque hay que estar un poco loco para salir a entrenar a las 5 am en pleno verano para esquivar el calor sofocante del día o ponerle el pecho a esos inviernos más crudos con sensaciones térmicas de -8°c, bajo lluvias, chubascos, granizo, nieve, esquivando escarchas o enfrentando vientos patagónicos. ¿Cuál es el sentido? ¿Dónde se esconde el goce?
Nos damos cuenta. No nos resultan indiferentes las miradas de los comensales de las pizzerías en las veredas, mientras tratan de servir con precisión la cerveza dentro de sus chops, siguiendo atentos con sus miradas nuestros ritmos intensos, notando nuestra sed por el calor agobiante de las tardecitas ribereñas del verano.
Sí, creo que tienen razón. Estamos locos, ¡re locos! ¿Quién en su sano juicio se alimenta tres días seguidos a fideos blancos antes de una competencia? ¿Por qué no nos sentamos nosotros también a tomar esa cervecita y degustar de una doble de mozzarella? ¿Dónde reside el placer de semejante esfuerzo? ¿Cuál es el sentido de hacer fondos extremadamente largos para preparar una carrera en la que participarán 20.000 personas? ¿Cuál es la razón de correr una carrera? ¿Correr contra quién y para quién?
Hay algo detrás de esa actividad que esquiva el culto hedonista y bacanal. Ese “algo” esconde sensaciones inimaginables, corpóreas, mentales, espirituales. Obviamente esas sensaciones no son inmediatas, no se trata de algo intempestivo, no. Se descubren al pasar los kilómetros, cuando recorremos tanto camino que dejas atrás la conciencia para dar paso a la esencia.
Hay sensaciones inexplicables en esto de correr, porque detrás de todo entrenamiento largo o de una carrera hay dolor y al mismo tiempo placer. Esta ambivalencia antagónica, ese contraste hace que esta actividad sea algo inexplicable de describir; tanto como la energía palpable que se percibe en la manga de salida o las lágrimas derramadas al momento de cruzar una meta. Esas impresiones se viven íntimamente, en lo más profundo del ser y sólo se describen con sentimientos, onomatopeyas y adjetivos, cuando abrazas a tu compañero o compañera y le decís: “¡Faahhh!, ¡Estuvo hermoso!”
(*) Corredor local