Por Martín Díaz (*)
Cada vez que hablamos de cosas imposibles, improbables o increíbles mi amigo Germán trae al ruedo conversatorio la historia de las abejas. Me cuenta que, según las leyes de la aerodinámica, las abejas no deberían volar porque al parecer estos simpáticos animalitos tienen el cuerpo rechoncho y alas muy pequeñas en comparación a otros insectos.
Sin embargo, en un acto maravilloso de la naturaleza, las vemos ir de aquí para allá, de flor en flor y cumpliendo con un rol trascendental para el equilibrio del planeta.
Mi amigo me cuenta que, los que dicen saber -biomecánicos, ingenieros, biólogos-, sostienen que las abejas pueden volar porque, a diferencia de otros insectos que baten las alas en un ángulo muy grande, ellas las baten menos de 90 grados, pero a una velocidad superior cercana a los 230 aleteos por segundo.
Se trata de una forma de aleteo menos eficaz, pero que les permite obtener una mayor sustentación cuando ésta es necesaria, por ejemplo, cuando cargan con el néctar y el polen. Maravillosamente hacen de lo improbable algo posible, rompen las leyes de la aerodinámica; vuelan!
Es inevitable realizar una analogía con el hombre y sus “limitaciones”. Por ejemplo, algunos “expertos” sostienen que el cuerpo del ser humano no está preparado, ni diseñado para correr, al menos grandes distancias. Quizás en un rapto de sinceridad y honestidad debemos aceptar que Filípides, el primer maratonista (490 a/C), murió de un infarto al finalizar el recorrido de 42 km en la llanura de Maratón, pero sabemos que las generalizaciones nos son buenas consejeras y que en la historia de la humanidad sobran mártires.
Estos expertos exponen un sinnúmero de excusas: que porque somos bípedos, que el impacto, que las articulaciones no están preparadas, que las vértebras cervicales, que el equilibrio y qué sé yo cuántos pretextos más! Lo cierto es que corremos 10, 21, 42… 150 kilómetros.
Es así, corremos, y al igual que las abejas hemos transformado la dinámica de nuestro movimiento para ello. Experimentamos una serie de modificaciones al momento de poner en marcha el cuerpo para correr, corregimos el ángulo de inclinación del cuerpo para adaptar nuestro centro de gravedad, preparamos nuestro metatarso para hacer más eficiente la energía proveniente de los grupos musculares del tren inferior, balanceamos nuestros brazos y hombros para armar una cadencia armoniosa, endurecemos abdominales y espinales para restar peso al movimiento y… corremos, nos dejamos fluir como el viento, creando una sinergia física sin explicación posible, cargada de una complejidad inigualable.
Y gracias a esa mágica combinación, vemos a los corredores ir y venir de aquí para allá. Como las abejas, pero en lugar de flor en flor, de carrera en carrera, entrenando y disfrutando de una actividad asombrosamente bella, casi tan bella como el mágico aleteo de las abejas.