Por Martín Díaz
No hace falta leer ningún estudio de la Universidad de Massachusetts para saber que correr hace bien. Muchas versiones de cafetín acerca de lo malo de correr, como por ejemplo lo perjudicial que resulta a las articulaciones, para el corazón o el metabolismo, quedan desacreditadas por los hechos concretos.
Seguramente hemos escuchado a muchos decir: “El cuerpo no está preparado para correr”, (cosa que no es verdad) o “Te vas a morir igual”, frases que no solo carecen de rigor científico sino que tampoco de sentido común.
Mi amigo Roque, un gran conocedor de este rubro, recibido con honores en la Universidad de la Vida, afirma que “Nosotros, los corredores no vamos a vivir más años, pero seguramente los vamos a vivir mejor”. Esta sentencia cargada de sapiencia cotidiana se fundamenta en innumerables estudios e investigaciones académicas, porque resulta innegable que: aumenta el flujo sanguíneo al cerebro beneficiando con esto a la salud cerebral y los procesos cognitivos, cuando transpiramos se nos renueva el metabolismo y la piel, ayuda a controlar los niveles de azúcar y colesterol, favorece el descanso nocturno. Activa el metabolismo, generando más energía para el resto de las actividades diarias reduciendo la fatiga y un sinfín de beneficios que resultarían tediosos de explicar en estas breves líneas.
Cuando corremos una especie de laboratorio hormonal se pone en funcionamiento en nuestro cuerpo y con esa activación comienzan a incrementarse los niveles de serotonina, norepinefrina y otras tantas hormonas que básicamente le hacen bien a nuestro cuerpo. Pero particularmente hay una hormona que se produce en grandes cantidades cuando corremos: la dopamina u hormona de la felicidad. Este neurotransmisor nos impulsa a crear ese sentido de defensa ante algún peligro y a motivarnos a cumplir alguna meta personal. Influye en nuestro estado de ánimo, nuestro comportamiento y a experimentar sensaciones placenteras. Esto último nos empuja a sentir satisfacción personal, a emocionarnos, a ser creativos, memoriosos y determinados.
Podríamos concluir de manera reduccionista que gracias a correr se dispara la dopamina y esta nos hace felices, o más sencillo aún: correr = felicidad.
¿Se entiende ahora por qué los que corren traen una sonrisa de oreja a oreja cuando los ves pasar? Seguramente habrán observado a los grupos de entrenamiento, luego de terminada su rutina diaria, descansando, tirados en el césped, elongando, fatigados, pero… ¡felices! Como si ansiaran el próximo entrenamiento con el único objeto de sentir felicidad.
Esta escena es incomprensible para quienes no lo experimentan, para los que no se lanzaron a dar sus primeros trancos o no se animaron a rodar por las sendas del running.
Y esta experiencia de sentirse felices es irrefutable en términos prácticos, porque esta felicidad se percibe como un proceso, desde el momento de calzarse las zapatillas hasta su finalización en la ducha. La renovación es total, la felicidad plena.
Por eso Roque tiene razón, los que corren no viven más, viven mejor… porque viven felices.